lunes, diciembre 13, 2004

El día de OSwaldo

Oswaldo recorría el aula sosteniendo una tiza casi agotada. Su discurso, aunque con calma, parecía obligarle a agitar las manos constantemente mientras describía 'segmentos', 'páginas' e 'indexación' en memoria, una cosa ligaba a la otra, los conocimientos se amontonaban sobre las cabezas de sus alumnos, de los cuales algunos, como yo, ignoraban buena parte de ellos pensando en otros enseres, otros como Jose hablaban en voz baja con su compañero. Oswaldo no es rudo y defiende la discreción, pero le distraen los cuchicheos. Después de avisar con los ojos a Jose se acercó a él. Hasta que no se encontró junto a su banca continuó la explicación, "por favor", una simple frase y retornaba el continuo flujo de sus palabras, a sus ojos, y a los de aquellos que aun los mantenían abiertos, todo transcurría con normalidad.

La clase continuaba, monótona, interesante pero rutinaria. El contenido de la asignatura reflejaría un interés muy relativo según quien, en esta se describían en forma de introducción los procedimientos y planificaciones que realiza un Sistema Operativo en diferentes situaciones, en cualquier caso la implicación del profesor hacia entender que debía ser importante. Oswaldo llevaba muchos años en la docencia, de hecho muchos de sus compañeros de departamento habían sido alumnos suyos en el pasado, a pesar de ello no parecía resentido por el paso del tiempo, su actitud guardaba una inusual jovialidad envuelta de reposada experiencia.

A mi lado Raúl sonreía, con las manos enlazadas sostenía su rostro siguiendo la figura inquieta del Oswaldo. Parecía estar entendiendo en parte el solitario dialogo del profesor o, tal vez, hipnotizado por el movimiento oscilante de sus manos. Raúl es un joven alegre, un hombre de sociedad, siempre arreglado y sensible, su asistencia a las clases era algo casi anecdótico pero siempre demostraba su interés por las asignaturas en su debido momento: antes de los exámenes.

Para cuando acabó la clase me encontraba absorto, retorciendo los cabellos de Bea entre los dedos. Aquella voz sudamericana había guardado por fin silencio y recogía sus utensilios en una elegante cartera marrón.