Desenvaine una vez más mi espada y me entregué al tiempo de la luz. Se crearon a mis pies de nuevo los caminos, las elecciones y el destino, y entre las lindes tú, siempre ocupando mis tierras, con derechos que nunca te ofrecí.
Os odio y por ello no os considero mi semejante. Vosotros que sacudís la lengua para protegeros de quien teméis que hable con razón, vosotros que aturdís a golpes, si no matáis, para retener lo que inseguros de poseer nunca fue vuestro.
Pues de las palabras y los puños solo importan el carácter de su génesis, significado y valor que os representan a vos, y por desdicha tan solo describen miedo, un temor infantil que os condenáis a desmentir con hipocresía, solo habla de un cobarde, un innoble personaje que vive haciéndose creer caballero y por contra, y por gracia de sus semejantes más dotado en cabales y formas, es el paje a quien recriminas más justo y capaz que vos.
Se un rey si os place.
Pero no me hagáis creer que necesito esa estúpida corona que ornamenta vuestra cúspide falaz.